Que no nos callen la voz
Ayer viendo actuar a mi sobrinita , seis años y querida y protegida por toda su familia, no pude por menos de pensar en los millones y millones de niños que no tienen la suerte de ella, por haber nacido en países criminales hasta la médula, donde son vendidos a mafias, prostituidos u obligados a casarse para gozo de depravados. Nadie dirá una oración por ellos cuando estén muertos. Por tanto comprendo a esos padres que los envían solos a cruzar fronteras, con la esperanza de que así en sus países de origen no les peguen un tiro, los violen o los maten para extraerles algún órgano. La desesperación tiene muchas caras y ninguna buena por desgracia. Vivimos en un mundo cruel, donde la vida humana vale un pepino y si es un niño indefenso, ya para qué contar. A la infancia hay que protegerla con todos los medios a nuestro alcance, pero no solo en países tercermundistas, sino en cualquier institución o ambiente familiar perverso. No obstante, hay políticos que encu...