Que no nos callen la voz





Ayer viendo actuar a mi sobrinita , seis años y querida y protegida por toda su familia, no pude por menos de pensar en los millones y millones de niños que no tienen la suerte de ella, por haber nacido en países criminales hasta la médula, donde son vendidos a mafias, prostituidos u obligados a casarse para gozo de depravados. Nadie dirá una oración por ellos cuando estén muertos.

Por tanto comprendo a esos padres que los envían solos a cruzar fronteras, con la esperanza de que así en sus países de origen no les peguen un tiro, los violen o los maten para extraerles algún órgano. La desesperación tiene muchas caras y ninguna buena por desgracia.

Vivimos en un mundo cruel, donde la vida humana vale un pepino y si es un niño indefenso, ya para qué contar. A la infancia hay que protegerla con todos los medios a nuestro alcance, pero no solo en países tercermundistas, sino en cualquier institución o ambiente familiar perverso.

No obstante, hay políticos que encuentran en las situaciones aberrantes el nicho para conseguir votos, por eso corren como desesperados a abrazar niños y darles besitos, aunque luego utilicen una toallita para limpiarse. Son los hipócritas, los que cambian su discurso según sople el viento.

Es la escoria, la basura humana que pulula por nuestras calles sonriendo como hienas, engañando y manipulando sin ningún escrúpulo. Y les aseguro que habitan tanto en la izquierda como en la derecha, la maldad humana no tiene color político, aunque algunos desalmados sólo vean lo que quieren ver.

Estos días el debate sobre si acoger inmigrantes o no, está de rabiosa actualidad, unos contra otros y todos contra todos. Quienes nos desgobiernan carecen del más mínimo sentido común, haciendo gala de una irresponsabilidad tremenda. Nos obligan a acoger personas por el mero hecho de poder salir en la foto y luego si te he visto no me acuerdo, nos encabronan dándoles paguitas que para si las quisieran nuestros mayores o dependientes y nos escupen en la cara, mientras corren a esconderse en sus mansiones fortificadas.

Pero ellos no tienen la culpa, lo digo así sin componendas, somos nosotros que los elegimos año tras año, con la esperanza de que un día por fin, recapaciten, craso error que pagamos con nuestra calidad de vida, cada día más por los suelos.

Pero volviendo a la infancia, tema que me apasiona y por el que creo que vale la pena luchar desde todos los ámbitos. Se nos ha metido a capón en las escuelas la ideología de genero, sibilinamente, como el que no quiere la cosa, sin que los padres apenas perciban la maldad que ello esconde. Niños en manos de mentes calenturientas que solo aspiran a propagar lo que no es, por naturaleza y educación.

Y sé que diciendo esto me juego insultos y desprecios, que por supuesto me resbalan desde mi firme convencimiento de volver a unos valores que nos traigan de nuevo la cordura que, algunos parecen haber perdido. Un niño es una esponja que absorbe lo bueno y lo malo, es moldeable y está indefenso. Si nosotros los adultos no somos capaces de protegerlos allí donde habiten, estaremos creando monstruos resentidos, seres humanos zombis, teledirigidos por quienes gobiernan, sombras sin cerebro y violentos en potencia.

Todavía estamos a tiempo de retomar las buenas costumbres, en definitiva de “educar” hombres y mujeres del mañana, libres altruistas, caritativos, luchadores, respetuosos con quienes opinen distinto a ellos. Humanos que cambien el mundo, por el simple hecho de querer vivir en armonía con la naturaleza y con los demás.

Pero para eso hemos de despojarnos de los complejos que nos oprimen, decir lo que pensamos sin miedo y denunciar todas aquellas aberraciones que quieran imponernos, eses mentes retorcidas que habitan la escena política. Al blanco, blanco sin pensar el qué dirán, que ladren, es su condición de sociópatas aburguesados.

Quizás para mañana sea tarde y todos llevemos una estrella amarilla en el pecho, culpa nuestra será, sin duda.

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