Por decisión propia, porque la vida me ha vapuleado lanzándome sin piedad a ambos lados del río donde, a veces, me recibió el musgo, muchas, las más, me recibieron las rocas cortantes, he decidido decir adiós a tus caricias, a los encuentros rápidos pero tan apasionados que éramos capaces de ensombrecer al sol. Y te despido sin lágrimas, sí, las rocas me regalaron el placer de no sufrir, de lamerme las heridas que ellas me habían infringido y seguir con mi vida, que esa si es mía, totalmente a mi merced. Tú, mi amante, estarás perdido o no ¿quién sabe? y recordarás la fruta prohibida, los besos, tan largos e intensos que el tiempo se detenía en nuestras bocas. Las renuncias, ni son buenas ni malas, son momentos únicos en los que uno se la juega a cara o cruz, porque nadie nos asegura que estemos haciendo lo correcto. Te dejo ir, o más bien, salgo de tu vida en silencio, con educación, sin malos modos que a nada conducen. Las personas se encuentran, con el