Era difícil decir adiós, tres años, deseándose, buscándose cada uno en la piel y el aliento del otro, ella, se sentía vacía. Tomar decisiones, contrarias a los propios sentimientos, no decir un simple "hola" por las mañanas, esperando la contestación, cargada de alegría de él.
¿Cuántas veces, se había preguntado, lo amo, qué siento por él? Y tantas otras había, retrasado la respuesta. No importaba, si el encuentro, estaba cerca.
Por eso dolía el adiós, a tantas vivencias acumuladas, pero no quedaba otra, porque si permanecía a su lado, fingiendo que toda iba bien, acabaría marchitándose, en esperas demasiado largas, que no conducían a ninguna parte.
¿Cuántas veces, se había preguntado, lo amo, qué siento por él? Y tantas otras había, retrasado la respuesta. No importaba, si el encuentro, estaba cerca.
Por eso dolía el adiós, a tantas vivencias acumuladas, pero no quedaba otra, porque si permanecía a su lado, fingiendo que toda iba bien, acabaría marchitándose, en esperas demasiado largas, que no conducían a ninguna parte.
Pasaban los días y seguía echándolo de menos, con la misma furia, con la que lo había abrazado, y besado, pero esta vez, cargada de melancolía. Sin él los días pasaban largos y tediosos.
Tres años, pensó, apenas vividos, entre suspiros, gemidos y explosiones de placer. ¿Quedaría, pues todo en el olvido, tras su decisión, se acordaría él, del sabor de su piel, o de esos besos robados, olvidaría ella sus manos, que tanto placer, le habían proporcionado? Todo era, un eterno signo de interrogación, columpiándose, sobre dos vidas. Unas vidas, que, ahora tomaban caminos diferentes.
Había sido dura, con esas palabras que se clavan, más en quien las pronuncia, que, en quien las recibe, le dolían a ella, porque le enseñaban, el lado amargo del egoísmo.
No se arrepentía de nada, aceptó, esas cartas marcadas, que él le dio, desde el primer día y jugo hasta cansarse, al amargo juego, de no ser correspondida.
Le dijo adiós, sí, pero dolía....
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