A Carlos que no supo o no quiso ser feliz.
Esa sensación de no saber qué hacer
no era habitual en ella, se sentía incómoda, en otras rupturas las
cosas estaban claras, el adiós sin problemas estaba más o menos
fortalecido por los mecanismos de defensa. Pero ésta vez no y era
raro sentirse así, noqueada.
Compró la entrada para ver “El Lago
de los Cisnes” el ballet le daría sosiego, pensó y ella lo
necesitaba hoy más que nunca para seguir con su vida, para recoger
de nuevo los pedazos de su pobre corazón herido.
Buscó la butaca y se sentó, las luces
se apagaron, la música inundó todo y ella notó que también entraba
en su cuerpo dejándose llevar. Se había prometido no llorar, porque
él no se lo merecía, ahora era más ira que ternura por tanto
llorar estaba descartado, pero la ejecución impecable de los
bailarines le tocó la fibra y como un río contenido por una
extraña presa, sus ojos se inundaron de lágrimas, ésas lagrimas
que no derramaba porque su orgullo no se lo permitía y que ahora sin
contar con su rabia o quizás por ella, se deslizaban impunes por sus
mejillas.
No intentó contenerlas ¿para qué?
Eran lo vivido, el Amor expresado y ahora lo sabía, equivocado, lo
que aceptó al volver a verlo, sabiendo que no se desprendería de
ése matrimonio tóxico aunque su mujer lo acabara poniendo contra
las cuerdas maltratándolo.
Seis años manteniendo una relación
paralela en la que la libertad sobrevolaba todos los actos para no
dañar lo que ella creía era una relación muy “sui generis”.
¿Quién cuida al cuidador, quíen
abraza a quien abraza? Se sentía sola y cansada, hacia ninguna
parte, con el temor a que él volviera a buscarla porque la
necesitaba, destrozándola con sus intenciones de no hacerle daño
mientras se lo hacia sin apenas darse cuenta.
Las preguntas se acumulaban en su
cabeza, locas desbaratadas, quería poner orden donde ya no había
forma de arreglar nada. Recordó lo que le había escrito, herida,
dolida, palabras muy fuertes hirientes para matar sin piedad y se
sintió mezquina, no, no quería ser mala por culpa de él.
Apenas estaba prestando atención a
aquellos cisnes que se movían alados por el escenario, las escenas
los abrazos, los besos, las risas, todo se movía sin sentido
torturándola, preguntándose si tanta libertad no había ocasionado
falta de amor, de responsabilidad por parte de él.
Necesitaba canalizar la ira, el enfado
que siempre acababa siendo contra ella misma por su falta de
previsión ante lo evidente, nunca la había querido y ya era tarde
para hacerlo.
Borró todo rastro de su paso,
teléfonos, imágenes, nada, el vacío más absoluto para poder curar
la herida que sangraba aún abierta.
Ya no le quedaba caridad, el perdón
tardaría en llegar y sin él ahora era absurdo arreglar nada, la
ternura, el saber que estaba sufriendo que la echaba de menos
volverían y ayudarían a cauterizar la herida, todo pasaría hasta
ése desasosiego que ahora la llevaba a paisajes oscuros.
Salió al aire de la noche cálida,
sola, triste, vacía. Con la amarga sensación de no ser nadie de
buscar un lugar precioso y cálido y simplemente desaparecer para recomponerse nueva, bella, alegre y feliz.
Comentarios
Publicar un comentario