AMANDA
Amanda era una incógnita, pero cuidarla durante el último año de su vida, fue para mí, un lujo. Con sus ahorros hacia años que se había comprando, una casa pequeña, frente al mar. Solo tenía dos dormitorios y un pequeño salón, cuyo ventanal, te dejaba observar como el mar se relajaba, después de un día de intensa lluvia y tormenta.
Sus familiares me dijeron, al contratarme, que, posiblemente, no sería por mucho tiempo, ella, se apagaba, con cada latido de su débil corazón.
Con Amanda, descubrí que los recuerdos son caprichosos, que vienen y van, sin orden ni concierto. En las tardes que estaba lúcida, me contaba sus correrías de mujer joven y alocada, había vivido según sus normas, salvajemente, con esa rebeldía que aún se le adivinaba en la mirada, entonces las dos reíamos a carcajadas y ella me miraba y muy seria, me decía: "Que nadie te amargue la vida, Carlota, la gente te dirá, haz esto o lo otro y si te sale mal, solo tú serás la culpable".
Pero yo empecé a conocer a la verdadera Amanda, el día que descubrí un cuartito, lleno de trastos, en una de las cajas, estaban sus escritos. Como estudio tercero de Periodismo, tuve curiosidad, me senté allí mismo y comencé a leer.
Cuando dejaba de hablarme, dormitaba y en esos momentos yo corría al cuartito para hundirme en sus palabras, en los personajes que describía en sus novelas o relatos cortos y en esa poesía, tan suya, tan íntima y poderosa que me hacia temblar. Según puede observar, había tocado todos los géneros, el drama, la comedia, el cuento infantil, el relato erótico, en esas hojas, la escritora desnudaba su alma, para contar, cuanto había amado y lo mucho que la amaron a ella, también.
Tan pronto lloraba, como reía, pero todos los personajes eran ella, de alguna forma. Nunca publicó nada, aunque, me consta, que compartió muchos de los escritos que ahora están en mis manos.
Yo los devoraba, pero, siempre me dejaba algo para el día siguiente, leyéndola, aprendí que los hombres, no suelen ser leales, aunque te amen con locura, que los amigos de verdad, se cuentan con los dedos de una mano y que hay penas que jamás te abandonan y te acompañan para el resto del camino.
Amanda se bebió la vida a tragos y no cedió ni un ápice de su libertad, ganada a pulso. Sus palabras te abrían horizontes de placer, a veces y de muchas dudas, pero jamás, te dejaban indiferente.
Como si ella supiese algo, cuando terminé de leer el último párrafo, Amanda murió. Al acercarme , supe que ya no estaba allí, posiblemente, partía a encontrarse, con sus padres, amigos y con todos aquellos amantes, que se fueron, abandonándola, de nuevo, mientras la dejaban sola.
Llevo su obra en mi corazón, para mí, será siempre la joven rebelde y bella que, únicamente amó y fue amada..
Comentarios
Publicar un comentario