Todos, en algún momento, podemos ser Eusebio.





Uno de tantos, pensarán ustedes y tendrán razón, en un mundo deshumanizado, donde vemos saltar a niños por los aires o cortar cabezas como melones, que un transeúnte muera de frío, solo, abandonado durmiendo en la calle, nos la trae al pairo.

Bajo esta noticia, latía un corazón que se cansó, posiblemente  de latir hacia ninguna parte, detrás de cada rostro, a veces ajado, hay una historia, que hasta su propietario olvidó, entretenido en malas cenas y el sopor del alcohol barato.

¿Qué pasó, siempre fue un desarraigado? No, sin duda, su vida es como la de muchos otros perdedores a los que la sociedad aparta sin miramiento, como mucho los recluye en albergues por unos días y luego a correr.

Si tienes valor, un día les miras a los ojos y mantienes la mirada, aunque lo que veas, asuste. Son los proscritos, los desarrapados. Huelen mal, se enfadan, van dando tumbos, si el día se ha dado bien y han podido comprar un brick de vino.

Tampoco crean que es fácil ayudarlos, para ello tendríamos que tratar la raíz del problema, con su consentimiento claro y ahí radica la dificultad.

No tengo soluciones, pero hoy quería escribir sobre Eusebio y todos los hombres y mujeres, que un día perdieron el camino y no supieron, o no pudieron regresar a casa con los suyos.

D.E.P

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