CUANDO LO POQUITO ES MUCHO
Son las cuatro de la mañana y en el Reino de Diez hace una noche muy calurosa.
Sus habitantes no pueden dormir y se dedican a su deporte favorito, cuentan cuantas estrellas caerán hoy y se romperán en mil pedacitos pequeños. Estos pedacitos son muy difíciles de encontrar y quien los encuentra los lleva rápidamente a la cueva del mago y éste les da un premio por el hallazgo.
La reina del Reino de Diez, tampoco puede dormir, pero a las reinas les está prohibido correr en busca de tan preciado tesoro y tiene que conformarse con ver caer la estrella sin poder tocar sus magníficos trozos luminosos.
Mientras se lamenta de su suerte, detrás de ella aparece el Hada que todo lo sabe y le susurra al oído: “Si tanto deseas ser como ellos, si tanto los envidias, te concedo hacerte invisible por una noche y participar en la búsqueda de las estrellas que tanto ansias”.
A la reina que vivía en un lujoso palacio y que no se preocupaba de nada y todo el día lo pasaba probándose vestidos y mirándose al espejo, le pareció una aventura muy interesante.
Así pues, cuando ese día cayó la noche en el muy querido Reino de Diez, la reina se volvió invisible, salió de palacio y se acercó a una de las casas donde habitaba una familia muy pobre compuesta por el matrimonio y cuatro niños pequeñitos. Entró por una de las ventanas y se sentó a observar la escena que se desarrollaba delante de ella. Había muy poca comida y la poca que había la madre, una mujer joven pero envejecida por el trabajo diario, la repartía amorosamente entre su marido y sus cuatro hijitos pequeños. Nadie se quejaba, había armonía y risas, parecían contentos y sin embargo carecían de casi todo.
La reina no podía entender que en medio de la más absoluta miseria la felicidad brillara en aquella casa.
Cuando cayó la noche, todos salieron a la puerta de la casa con unas grandes cestas, se sentaron en silencio y elevaron sus ojos al cielo, también la reina miró pero no vio nada.
Volvió a mirar y entonces las descubrió, eran grandes estrellas precipitándose hacia la tierra y al caer emitían un haz de luz maravilloso, luego desaparecían y era entonces cuando los niños corrían hacia donde habían caído las estrellas, y al cabo volvían con las cestas llenas de pequeños trocitos de luz y con las caras iluminadas de felicidad.
Sabían que la recompensa sería una golosina que les entregaría el mago cuando les llevaran los trocitos de estrellas.
El Hada apareció de repente para recordarle a la reina que debía irse, su deseo había terminado.
-Hada gracias por lo que me has enseñado, ellos no tienen nada pero aprecian lo que les da la naturaleza y ríen y comparten y esperan ansiosos las golosinas que el Mago les da.
Querida reina, cuando no se tiene nada cualquier cosa se convierte en una maravilla, todos los días las estrellas que ya no pueden seguir brillando, bajan a la tierra y les regalan a estos niños sus últimos destellos.
Desde aquel día, en el reino de diez los niños que recogían estrellas se las llevaban al Mago, pero dejaban el último pedacito para acercárselo a la reina, porque ella lo necesitaba para que le iluminara en la difícil tarea de reinar.
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